El término resiliencia; como cualidad de la materia para recuperarse o volver a su estado original, después de verse expuesta a una afectación externa; proviene de la ingeniería civil y la metalurgia. A partir de la década de los sesenta del siglo pasado, el concepto fue incorporado por analogía a las ciencias sociales para definir la capacidad del ser humano para desarrollarse psicológicamente a pesar de vivir en entornos adversos; o bien para regresar a un estado de equilibrio después de haber pasado por un evento traumático.
Por una visión sistémica el concepto se ha adaptado también a las organizaciones sociales o empresariales, y por ende es posible también hacer análisis de grupos humanos diferenciados en su cultura o tradiciones y hasta aplicar el proceso a las naciones. La resiliencia, por ser un proceso, está conformada por diferentes elementos para lograr la transformación que permita a los seres humanos, las organizaciones y hasta los países, recuperar un estado de equilibrio después de haber sufrido una crisis.
La resiliencia es ante todo transformación, regresar al equilibrio se logra al pasar de un estado de estrés, angustia y sufrimiento, a un estado de constantes impulsos evolutivos. La palabra proviene del latín: «re» que significa «intensidad y reiteración», y del verbo «salire», el cual cambia la «a» por la «i» por apofonía y que significa «saltar». Para definir al sujeto que ejecuta la resiliencia se agrega el sufijo «ente», entonces el resiliente será el agente que después de haber sufrido una afectación externa regrese a su estado de equilibrio. Para indicar la cualidad del término se agrega el sufijo «ia» con lo cual se forma la palabra resiliencia.
El retroceso o salto al que se refiere el origen etimológico debe entenderse como un proceso evolutivo: regresamos al estado original pero con un cúmulo de experiencias, que si bien nos ubica en apariencia en el mismo lugar, en realidad estaremos un nivel más elevado, como si se tratara del ascenso por una escalera de caracol.
La resiliencia se logra cuando el ser humano o las organizaciones resisten o superan las adversidades del entorno. Para que exista la resiliencia los sujetos individuales o sociales que son los sujetos del cambio, deben ser además agentes activos del proceso de transformación, la cual no se logra por inercia mediante el inevitable paso del tiempo, que si bien todo lo cura, su efecto debe ser impulsado con una dinámica que provoque el cambio y no la apariencia del cambio: la virtud es ante todo un esfuerzo y para que exista debe de haber lucha.
No existe la vida sin obstáculos ni adversidades, todos los retos implican enfrentar fuerzas opositoras que se resistirán a la transformación y algunas veces será el propio sujeto quien procrastine el cambio, por el miedo a enfrentarse a dichos agentes opositores quienes por su propia naturaleza buscarán dinamitar las intenciones de progreso.
Otro factor que impide alcanzar la resiliencia es la victimización: en este caso, el sujeto se coloca en la posición de lo inevitable, no ubica la adversidad como un obstáculo que se pueda superar, sino como una condición que es imposible transformar. Sin embargo la historia de la humanidad está plagada de ejemplos de éxito que lograron y en este momento están en la lucha por alcanzar la transformación a pesar del entorno adverso.
Psicólogos y médicos hablan constantemente de personas, que a pesar de vivir situaciones extremadamente difíciles, se sobreponen hasta alcanzar una vida normal, productiva y en armonía social; personas que por su actitud y control emocional han sido capaces de superar los pronósticos médicos más desfavorables o situaciones sociales que a otros los han hecho huir de la realidad.
Los ejemplos de desarrollo humano se ven contrastados con casos en los que no se logra la resiliencia, esto nos muestra que no todas la personas poseen la actitud ni la capacidad de superar los problemas, que aparecen ante quienes buscan la supervivencia o las más grandes hazañas; por lo tanto, es muy difícil que existan relaciones constantes entre las causas y circunstancias individuales. La resiliencia entonces, a pesar de ser un proceso, dista mucho de ser una receta de cocina que se pueda replicar en todos los casos y en todos los escenarios espaciotemporales.
La personalidad resiliente se define por la capacidad de adaptarse en lo personal y lo social a pesar de vivir en entornos desfavorables como la pobreza y la marginación o después de haber sufrido experiencias traumáticas como la pérdida de un ser querido, sufrir alguna enfermedad, perder el empleo, crisis existenciales, decepciones amorosas o enfrentar el fracaso de algún proyecto.
En el libro: “El yo resiliente” Steven Wolin y Sybil Wolin nos hablan del concepto: “Mandala de la resiliencia” para definir la fuerza interna que poseen las personas de cualquier edad para alcanzar el orden interno superando o resistiendo las adversidades. Los autores identificaron que los poseedores de esta fuerza interna, se distinguen por los siguientes atributos: introspección, independencia, capacidad de relacionarse, iniciativa, sentido del humor, creatividad y moralidad.
La literatura y el cine han sido un espacio donde se alojan personajes que son ejemplo de resiliencia y que han servido como un referente que impulsa al ser humano a buscar la felicidad de manera persistente. Esto me motivó a escribir la novela de ficción “El templo de la resiliencia” que relata la historia de un ser humano que encuentra en las páginas de un antiguo libro, en su propia experiencia de vida cotidiana, y en la ceremonia de la iniciación masónica, las claves para lograr la resiliencia.