Benito se quedó sin su leal esposa quien fue más que espectadora, cómplice y motivadora de sus hazañas. El corazón del oaxaqueño se fue secando y su alma ya no encontró motivo, ni siquiera el haber ganado, a Porfirio Díaz, la elección presidencial, provocó entusiasmo en el espíritu del líder liberal que logró, en su tiempo y con sus circunstancias, sacar de México la intención monárquica de los conservadores.
En enero de 1871, su amada Margarita murió de cáncer en la casa ubicada en la calle Puente Levadizo N.4 (hoy Serapio Rendón), los vecinos de la Colonia San Cosme dieron testimonio del grito que lanzó Benito Juárez al presenciar que la primera dama de México dejó de existir. Ahí comenzó a morir el presidente.
En la noche del 18 de julio de 1872, el rostro adusto del primer mandatario mostraba impotencia y cansancio, había soportado, por varias horas, terribles dolores en el pecho. El Dr. Alvarado ya había agotado los recursos médicos existentes en el Siglo XIX; a pesar de la morfina los dolores no cesaron, el cuadro clínico presagiaba un destino funesto para el enfermo.
Benito, de 66 años, el presidente que independizó a México por segunda ocasión; quien conoció el filo de la desgracia cuando la muerte de sus hijos lo alcanzó en plena travesía, en medio de los caminos agrestes que decidió recorrer, para defender la soberanía de México en contra de los privilegios y los fueros; nuestro Benito, indígena zapoteca que bajó de la Sierra de Ixtlán para arrebatarle al imbécil prejuicio racista el derecho a la instrucción; Benito Pablo, el presidente ferozmente vilipendiado y juzgado con ligereza; Benito, nuestro Guillermo Tell, el masón liberal iniciado en el Rito de York, yacía en una modesta recamara ubicada en Palacio Nacional.
Desde la calle Moneda se escuchó el anuncio del sereno que se encargaba de encender las lámparas de aceite: “las once y todo sereno” gritó el vigilante, Benito ya no lo escuchó, su mente estaba navegando en sus recuerdos; lo que oía era la risa infantil de su Negrito; lo soñó embalsamado junto a Toñito, los volvió a ver acostados en el interior de la carroza negra sobre la que derramó lágrimas de dolor por sus hijos que murieron lejos de su abrazo.
En sueños vivió nuevamente la escena en la que se reencontró con el amor de su vida. Los liberales habían ganado la guerra, y, sin la cobarde persecución de los conservadores pudo Margarita regresar a México. Proveniente de Estados Unidos, entró a territorio nacional por Veracruz, el pueblo celebró su llegada con espontáneas muestras de cariño hasta llegar a la Ciudad de México.
Para recibirla, Benito decidió vestirse con el traje que usaba para ir a misa, el otro lo usaba diariamente, solo tenía dos trajes. Se peinó como de costumbre, relamiendo sus lacios cabellos negros hacia un lado, en las manos cargaba un ramo de flores y en su alma el deseo de volver a ver a su esposa y a sus hijos sobrevivientes. “¿Me veo bien, no me veo muy viejo?” preguntó Benito a su acompañante.
El corazón del presidente aceleró el ritmo y sus ojos brillaron de manera infantil, el vehículo se detuvo y al abrirse la puerta descendió la señora Margarita Maza de Juárez. El hombre, a quien le construyeron una imagen inamovible, corrió al encuentro de su querida esposa olvidando la seriedad que le otorgaba la investidura presidencial. Ella, también corrió hacia su viejo recordando las noches de frío y angustia que vivió durante el exilio. El abrazo fue intimo y cálido, ambos compartieron susurros llenos de amor y de espera. Al separarse, Margarita reaccionó con culpa y pesadumbre: «Perdóname Nito, por haber permitido la muerte de nuestros hijos, ahí los tienes, los he traído para que descansen a nuestro lado».
Benito caminó hacia la carroza, dentro de ella, los restos de sus hijos: José María y Antonio. Al ver los ataúdes un dolor quemante le atacó nuevamente el pecho, Benito Juárez despertó y vio a su médico vertiendo agua hirviendo sobre su pecho: «Me está usted quemando» dijo el presidente. «Es intencional, así lo necesita usted» contestó el Dr. Ignacio Alvarado.
Su familia estaba ahí, junto a él, tratando de quitarle el dolor con su presencia; Juárez vio a su hija Nela, a su querido yerno y amigo el cubano Santacilia, y a Camilo, fiel ayudante originario de la Sierra de Oaxaca a quien Don Benito llamó: “Ven Camilo, pon tu mano aquí en mi corazón, presiona fuerte”, Camilo obedeció, lo hizo con cuidado y sin poder contener el llanto. Benito Pablo Juárez García, se acomodó de lado, posando su cabeza en la mano izquierda, intentó soñar de nuevo, pensó en Guelatao, recordó el aroma de los bosques de la sierra y el sonido de las voces que animaban la laguna encantada. Soñó que bailaba polka con sus hijas y se vio nuevamente forjando y fumando puros con su querido amigo Melchor, en sus sueños vio a Margarita sonriendo, él le extendió la mano y le dijo: «Recibe el corazón de tu Benito» el presidente ya no despertó.
9 respuestas a “Recibe el corazón de tu Benito”
Con ideales, trabajo, amor y dolor, forjó su Gloria. HK.
Es un apasionante relato,relatando con suma delicadeza y transparencia, los últimos momentos de la vida de nuestro Benemérita de las Américas.
Qué curioso es nuestro país, que a las personas que dedican su vida para darle la libertad y la lucha en contra de los que los oprimen y matan, los vituperean y atacan con saña, co si fueran su peor enemigo. Madre patria tus hijos están enfermos de odio en contra de los que no les hacen daño.
Una gran historia, digna de una excelente novela. Atrapa de inmediato y la imaginación vuela al momento del hecho.
Muy emotivo relato.
Al principio y al final y siempre, es el amor y la familia lo que nos da sentido.
conocer al hombre mas alla de sus agallas….sus sentimientos y emociones, lo acercan mas al pueblo que lo apoyo y ahora lo venera.
Excelente narración
Por hombres como Juárez, es que existe este país. Inmensa gratitud mexicano grandioso.
Que bella narrativa refleja la pasión y los altos sentimientos a la patria y a la familia de un mexicano con compromiso y lealtad a sus sueños
Muy hermosa historia que enaltece los valores del amor,la familia, el respeto, el amor a la patria y la esencia de un hombre con grandes principios, de hechos y de palabra, que permanecerá para siempre en nosotros y del cual estaremos orgullosos.